5 años haciendo en la Verneda
Este año TMDC hace 5 años en el espacio de la Verneda, 7 de proyecto en total. Y los cumpleaños son festivos, pero también sensibles. Nos conectan con el origen, con lo que somos ahora, y con cómo hemos llegado hasta aquí. En el día a día tendemos a normalizar todo lo que tenemos, pero el efemérides merecía parar y abstraerse un poco. Salir de la rutina para observarse desde arriba -como desde la terraza al patio-, y ver todo lo que está pasando en estas naves.
Extrañarnos de estar aquí, trabajando en estos casi 5.000m2, con luz natural, espacio, con la maquinaria que siempre quisimos, y rodeados de gente que nos inspira cada día. Porque si lo pensamos, todo lo que se genera aquí es bastante extraordinario. Y para forzar más esa capacidad de vernos desde fuera, alguien viene aquí, como un alienígena a descubrirnos y contarnos lo que ve.
Parte I.
Una ciudad para fabricantes
Me planteo ir a TMDC como una pequeña excursión urbana. Siempre pienso que todos deberíamos movernos más por nuestra misma ciudad. Visitar todos los barrios y periferias posibles para entender mejor el espacio y la gente que lo habita. Pero por esta zona no había parado. El lugar es un recinto de almacenes típico del pasado industrial de Barcelona, deben quedar pocos ya que no se hayan rehabilitado y transformado en otros usos.
Llego y Pedro me pasea por las instalaciones. El circuito es largo, son 5.000m2 de naves enormes, pero bien estructuradas. Hay luz natural, ruido, un tanque de serrín, mesas bonitas, máquinas muy locas con nombre propio. Hay talleres compartidos y espacios más privados, donde algunos ponen el cartel de su pequeña empresa y su música propia. Hay personas trabajando y otras moviendo cosas. Las que trabajan se ven concentradas, absortas en su tema. Todas saludan y preguntan que cómo va el fuego. Es jueves, día de bbq y pizza.
Hay una cocina con comida a diario, un patio, una terraza, y están construyendo la cantina. Aquí están siempre en proceso, dicen. También están habilitando cuatro naves nuevas, y pensando todavía qué habrá dentro. Hay una sala de coworking en la que me siento a trabajar un rato, mientras pasan varias estudiantes de diseño. Prácticamente todo lo que hay está hecho aquí: bancos de trabajo, estructuras, mesas, puertas. Esa idea de autosuficiencia me tiene bastante flipada.
Pedro me cuenta cosas sobre la historia del proyecto en la terraza, mientras veo y escucho a sus integrantes abajo, en el patio, amasando y comiendo pizzas. La gente acoge rápido y sin preguntar mucho. No necesitan saber qué hago ahí para decirme que me espabile, que me pille un trozo porque las pizzas duran segundos en la mesa. Pedro cuenta que voy a escribir algo. “Hoy no hay muchas chicas”, me dicen varias personas. Como excusándose, como queriendo que no me sienta excluida, haciéndome saber que normalmente hay más. A mí, sin embargo, me sorprenden las que he visto.
La sensación es de entrar en un pequeño mundo, una isla, un pueblo, una ciudad. Y así se refieren al sitio también sus miembros. Se respira comunidad, pertenencia. Me conozco, y sé que voy a fantasear un rato con ser parte, con trabajar haciendo cosas aquí.
Parte II.
La Verneda
Todo encajaba. El entorno, porque la Verneda es un lugar límite entre el poblado (donde la gente vive), y los polígonos industriales (donde se hacen las cosas). El medio-ambiente perfecto para fabricantes. Además, estaba fuera del radar especulador y de las zonas cool de Barcelona, lejos de la gentrificación (punto para poder ofrecer un servicio accesible). Y el espacio: ¡naves industriales! Miles de metros que lo permitían todo, proyectarse sin medir.
Se revitalizó el espacio -unos almacenes que llevaban entre 5 y 15 años cerrados-, y creo que quizás un poco el entorno también. Se ve que en cuanto llegaron, miembros de la asociación de vecinos vinieron para ver qué estaban haciendo, y les encantó la idea. Decían que de aquí se va toda la gente joven, y que proyectos como este ayudan a que pasen cosas. Los mayores del barrio vienen sobre todo de la industria, por lo que suponemos que si hubiese sido un coworking tipo oficina, no hubiese sido tan fácil conectar.
Aunque ha habido mucho curro (y sigue habiendo), Michael me cuenta que el espacio se ha rehabilitado haciendo las intervenciones mínimas, y aprovechando al máximo los propios materiales del lugar para así conservar su rollo industrial. La verdad es que se nota.
Parte III.
Todo cabe
Lo que más me llama la atención de este sitio es la variedad de personas que conviven aquí.
La complejidad es tal que no sé a qué criterios ceñirme. Se unen las del oficio con las de la vocación, y las profesionales con las del hobby. Hay carpinteras, herreras, pintoras. Diseñadoras y estudiantes que producen sus propias piezas, artesanas de todo tipo, fabricantes en serie con procesos estructurados, artistas que experimentan con la materia, gerentes o ejecutivos que tienen aquí su terapia anti-estrés, vecinos que vienen a hacer o arreglar cualquier cosa.
Lo que me fascina es pensar en que aquí se junta gente que difícilmente coincidiría en otro sitio, o al menos no conectarían así. Es un lugar transversal que cruza de extremo a extremo por perfiles profesionales, edades o posiciones socioeconómicas. Y pienso que se necesita un medio muy especial para que toda esta diversidad tenga cabida. También para que se dé este entorno de ayuda y apoyo mutuo del que todo el mundo habla.
He preguntado algunas cosas a algunas personas. De base, prácticamente lo mismo: qué les ha traído, cómo usan el espacio, qué les aporta TMDC. La propuesta de valor del co-taller está clara: acceso fácil a herramientas y maquinaria, trabajar en un espacio comunitario. Pero lo que implica eso en cada vida es lo interesante:
“Llegué aquí un poco ‘de refugiado’ (necesitaba espacio para mí y mis herramientas). Poco a poco, me fui dando cuenta de que había estado más de 7 años encerrado en un taller, comiéndome yo solo todos los problemas. Ahora charlo, comparto, pierdo más tiempo, pero vale la pena. Lo más fuerte de este lugar es que estás rodeado de gente que tiene problemas parecidos a los tuyos. Cada proyecto es diferente, pero hablamos el mismo idioma. “ - Michael Rorschach
Cuando estudiaba hice prácticamente todos los proyectos con la misma persona, Arnau. Siempre hicimos buen tándem, por eso decidimos emprender un estudio de diseño y fabricación. Hacerlo en un lugar conocido como es TMDC (donde hice prácticas), y sé a quién acudir y cómo aprovechar sus espacios nos pareció la mejor opción. - Llucia Gomez.
Mis proyectos en TMDC han sido siempre experimentales. Para mí es un espacio de mucha acogida y mucho compartir, donde la gente te da apoyo, y si lo pides, también consejo, pero sin mansplaining. El ritmo es lento pero muy eficiente. No se duda nunca de los proyectos. Si algo sale mal, sale mal, pero nadie está juzgando. - Cristina Noguera
Yo llegué aquí de casualidad, con un compañero carpintero. Enseguida me di cuenta de que aquí la gente ayudaba. Poco a poco fui conociendo a todo el mundo de aquí. He trabajado con muchas personas, aprendiendo mucho de cada una, y aportando todo lo que he podido. Como se me da bien lo social, sabía donde estaba todo, lo que hacen todos, consigo cosas, y ahora soy responsable de taller. - Lucas Lopez
TMDC suena a un espacio que da posibilidades, y cómo lo aproveches es cosa tuya. Pedro dice que todavía está intentando entender cuál es el lifestyle del fabricante y lo que une a las personas de este ecosistema. Lo que las identifica, las cohesiona.
No me extraña, a mi sólo se me ocurre decir: hacer cosas con las manos, y disfrutar de ello.
Parte IIII.
Hacer con las manos
¿De dónde viene todo esto? ¿Cómo empezó? Me cuentan que hubo talleres más pequeños, más incómodos y menos ordenados antes que este. Que la idea viene desde Berlín, que estuvieron primero en un espacio de 60m2 dentro de Betahaus (un coworking en Gràcia), y después en un local un poco más grande, en Poblenou. Pero la perseverancia para llegar a lo que es ahora TMDC, siento que viene de un choque, una impresión:
Pedro: “Cuando vine de Alemania a aquí, me chocaba mucho ver que a los que fabrican se les trata como de segunda. Que hay una especie de estigma alrededor de no ir a la universidad, de quedarse en un ciclo o en una formación práctica. Y creo que en parte viene de estar mucho tiempo trabajando en talleres lúgubres, sin luz, apretados y llenos de polvo. Creo que el taller se tiene que parecer un poco más, sin llegar a lo esterilizado, a un espacio de coworking guay.”
Ahí nace un propósito, algo que cambiar. Dar valor y dignificar la figura del fabricante a través del espacio de trabajo, creo que tiene bastante sentido. Yo he sentido envidia al ver todo esto. Envidia de trabajar en un espacio único, donde pasan tantas cosas y tantas personas diferentes. De (saber) trabajar con las manos, en lugar de perderme en laberintos mentales delante de una pantalla. Envidia de pertenecer a esto, que no sé muy bien que es. No es a TMDC, pero TMDC sin duda lo potencia. Creo que tiene que ver con que sean trabajos minoritarios hoy en día, recuperados, vocacionales. La unión y el orgullo de dedicarte a lo que te gusta, a contracorriente de un mundo dirigido a la oficina y la pantalla.
De hecho, muchas de las que están aquí son personas que han ido a la universidad. Han estudiado carreras como diseño, arquitectura o ingeniería, y después se han dado cuenta de que eso no era lo suyo, que querían hacer cosas con las manos. Cambiar de escala, pasarse al otro lado. Algunos dejaron sus empleos para dedicarse ‘a su cosa’, han probado, y ahora empiezan a vivir de ello. Pedro me cuenta que pasa a muchas que acaban de salir de la universidad en diseño, y que Cristina podría darnos una visión de eso desde el entorno académico.
“Creo que lo que está pasando es que se está recuperando la idea de cuerpo. El típico learning by doing se está llevando a diferentes capas del aprendizaje y del saber, entendiéndolos de una manera más amplia, y por lo tanto más completa. Desde hace unos años las metodologías de diseño se están revisando, y con esta idea de que hay diferentes saberes, en vez de dejar de lado la parte más craft (manual), se está pensando más a través del hacer. Algo que no es más que recuperar el vínculo con la tierra, con el estar presente. Un saber más tácito, más de sentir.”
Lo de la envidia iba por ahí. Y me recuerda que Llucia también me habló de algo parecido, que en algún momento echó de menos ‘pensar con las manos’, lo cual me parece un título precioso para otro texto muy bello y necesario sobre esto.
– Bonus –
Pregunto por el futuro, los retos. “Quedarnos aquí”, dice Pedro. TMDC está en una zona afectada por un plan urbanístico, lo que implica vivir con la incertidumbre de tener que irse tarde o temprano. Me sorprende, porque la sensación no es para nada de vivir en una provisionalidad. Tratan el sitio como si fuese para siempre, invirtiendo en él, mejorándolo, creciendo. Ahora tienen la oportunidad de convencer al ayuntamiento para cambiar el planteamiento. La energía desde luego está:
Autora invitada – Alba Montero
Gracias a todas las personas con las que he hablado y que me he cruzado: Lucas, Llucia, Michael, Cris, Diego, Pedro. Y disclaimer por todas las veces que he repetido las palabras espacio, sitio, lugar y gente. No quedaban sinónimos breves, y el espacio del texto, sí es limitado.