Salvemos TMDC

El coworking de los creativos

La primera vez que oí hablar de TMDC fue a principios de 2020. El proyecto estaba rodando desde hacía años y justo unos meses antes acababan de trasladarse de su primer local en Poblenou a La Verneda. Se habían instalado en unas naves industriales en desuso, que antaño fueron la lavandería del Hospital Sant Pau. Me contaron que era ‘el coworking de los creativos’. Venía a ser algo así como la evolución del ‘build your dreams here’ de TechShop en Estados Unidos, bajo el cual la cadena norteamericana ofrecía espacios de grandes dimensiones destinados a makers. La idea había proliferado en algunas ciudades europeas como Londres, París, Munich y Barcelona. Básicamente, se trataba de locales que ofrecían maquinaria, herramientas y formación para que fabricantes o aficionados al DIY pudiesen dar forma a sus proyectos.

Vi claro que la comunidad creativa de Barcelona necesitaba, deseaba y demandaba un lugar como éste, y TMDC estaba ahí para dar respuesta.

Como suele ocurrir, TMDC no nació un día y a una hora concreta. Se había ido cociendo a fuego lento. Habría que remontarse a Berlín, año 2010, para conocer sus raíces. Allí, Pedro Pineda, uno de los impulsores de TMDC, organizó un taller abierto en el Designfestival, donde se cercioró de la importancia de crear una comunidad de fabricantes gestionada por ellos mismos. Años más tarde, ya de vuelta a Barcelona, la idea fue tomando forma mientras prototipaba el mobiliario para la oficina de Betahaus Barcelona. A partir de entonces, se convirtió en una realidad que arrancó primero con unas pocas herramientas de carpintería en un espacio de 300 m2 en Poblenou, y posteriormente en el actual complejo de más de 5.000 m2 en La Verneda, equipado con todo tipo de herramientas y maquinaria. 

Elisava en TMDC

Las naves industriales poseen un ‘je ne sais pas quoi’ especial. Te conectan con la historia, con el pasado fabril de la ciudad, además de emanar una áurea creativa hipnotizadora. Este espíritu se palpa en cada rincón.

Tanto el contenido, como el continente me llamaron la atención. Para empezar, las siglas, una abreviación de ‘Taller para la Materialización y el Desarrollo de (grandes) Conceptos’. La idea que se me antojó brillante. ¿Cómo era posible que, a estas alturas, todavía no existiese un taller, espacio, coworking o llámese como quiera, donde fabricantes, diseñadores y creativos de cualquier índole pudieran disponer de herramientas, maquinaria y metros cuadrados para llevar a cabo sus proyectos?

Me vinieron en mente los clásicos conceptos marketinianos sobre la necesidad, el deseo y la demanda que conforman los pilares de un negocio. Vi claro que la comunidad creativa de Barcelona necesitaba, deseaba y demandaba un lugar como éste, y TMDC estaba ahí para dar respuesta.

Pensé, también, en la soledad del oficio artesanal. Una soledad que lleva implícito el aislamiento y la falta de intercambio de conocimientos entre colegas de profesión, tan esencial para evolucionar. De hecho, el verdadero sentido del coworking radica ahí, en el trueque de sabiduría, habilidades y cultura. Déjate de oficinas coloridas diseñadas para atraer a startups, emprendedores y pequeñas empresas. Un coworking, tal y como su vocablo indica, significa trabajar en comunidad, nutrirse de los conocimientos de profesionales afines con los que cooperar, compartir, aprender e intercambiar.

El proyecto TMDC, reúne todos estos conceptos en su contenido, además de brindar maquinaria, herramientas y espacio. En cuánto al continente, el complejo de naves industriales de La Verneda era el marco perfecto.

Un futuro incierto

Hace apenas un par de meses, me enteré de que el plan urbanístico del Ayuntamiento de Barcelona prevé demoler las instalaciones donde habita TMDC. La primera fase, programada para este mes de enero 2025, dará paso a una subestación eléctrica. Más adelante, llegarán viviendas de protección oficial y un polideportivo. 

Con el derribo de las instalaciones se aniquila, también, la esencia del proyecto TMDC: la convivencia de distintos oficios, unidos en un mismo enclave, que colaboran entre sí. La cooperativa se enfrenta al reto de encontrar una nueva sede en un plazo máximo de dos años. 

La situación actual también plantea una reflexión más amplia sobre el modelo de ciudad que queremos. 


Visitarlo para comprender su magnitud

Ante tal infortunada noticia, a finales de noviembre visité las instalaciones de TMDC. Quería empaparme del proyecto, conocerlo de primera mano y que Pedro me explicase con detalle la situación actual, así como las opciones que barajan de cara al futuro. Fue una experiencia reveladora. 

Las naves industriales poseen un ‘je ne sais pas quoi’ especial. Te conectan con la historia, con el pasado fabril de la ciudad, además de emanar una áurea creativa hipnotizadora. Este espíritu se palpa en cada rincón. A medida que te acercas al acceso principal de TMDC, empiezas a percibir que aquí se cuece algo interesante e importante para el tejido creativo de la ciudad. Casi a diario, se reúnen más de 300 carpinteros, vidrieros, ceramistas, arquitectos, diseñadores, artistas, herreros y expertos en robótica. Este es el lugar, su lugar, donde pueden fabricar y dar forma a lo que se propongan.

Una pequeña puerta roja da paso a la entrada de la primera nave. A partir de ahí, el resto de espacios se van encadenando para conformar un gran conjunto de recintos destinados a albergar distintas maquinarias y propósitos. Los usuarios engloban perfiles y edades muy variadas.

Hay un grupo de tres carpinteros reunidos al fondo. Debaten sobre cómo van a construir eso y aquello, y siento ganas de unirme a su conversación como mera oyente, sin derecho a voto, solo por saber más; por aprender. 

Porque, ante todo, el taller es un punto de encuentro e intercambio de conocimientos.

También desfilan jóvenes estudiantes de ELISAVA trajinando materiales de un lado a otro. Deben estar acabando sus proyectos. Mis recuerdos viajan a mi etapa de estudiante en la Facultad de Periodismo. Allí contábamos con salas de grabación, locución y edición, además de cámaras, micros y trípodes. Pienso en la suerte que hubiese sido encontrar todo este material y facilidades en un coworking tras finalizar la carrera. 

En otra nave veo trabajar a Pròsper Riba, AKA The Glass Apprentice, junto a dos chicas. Es magnético ver cómo moldean el vidrio. Aprecio - y me gusta confirmar - que oficios como la carpintería, la ebanistería o el soplado de vidrio ya no se ciñen solo al género masculino. Hay chicas y mujeres por todos lados.

Después accedemos a una zona donde me parece divisar una gran máquina de impresión 3D que fabrica zapatillas deportivas, además de un sinfín de herramientas de carpintería cuyo uso y nomenclatura desconozco por completo.

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Ellos, los usuarios, sí las dominan. Y, quien no sabe, pronto lo aprende. Porque, ante todo, el taller es un punto de encuentro e intercambio de conocimientos. Se percibe un ambiente de comunidad increíble. Las sobras de uno son el ingrediente perfecto para el proyecto de otro. Se enseña, se aprende y, de forma natural, se crea comunidad. Una comunidad de perfiles que enriquecen a jóvenes y veteranos. Una cooperativa sólida, local, emprendedora, promotora de la producción de proximidad y de la autosuficiencia donde se construyen relaciones que trascienden el ámbito profesional.

Sus paredes han visto centenares de proyectos tomar forma. Diseños que hubieran sido inimaginables en pequeños talleres, como las dos mesas de 11 m de longitud que Tomás Alonso y Billy Matthews construyeron para Camper. También se han fabricado kayaks de madera o módulos extraíbles para furgonetas camper. La flexibilidad y los recursos que ofrece el taller permiten que proyectos que inician como pequeñas ideas escalen hacia modelos de negocio sostenibles. 

Antes de acabar la visita, Pedro nos muestra la cantina. El olor nos abre el hambre. Los responsables de cocina están preparando el menú del día. Aquí no solo comparte techo, maquinaria y valores, sino también mesa, cañas, noches de pizza y barbacoa. 

No puedo evitar sentir una punzadita de envidia de esta pequeña gran comunidad. Lo que tienen aquí montado no tiene precio. Y siento pena, casi rabia, al pensar que todo esto puede desvanecerse en cuestión de meses.

Por qué debemos salvar a TMDC

Barcelona siempre ha sido abanderada de la creatividad. Fue la semilla del diseño desde que, en épocas pretéritas, los arquitectos del modernismo y posteriormente los del racionalismo tomaron la iniciativa de diseñar piezas de mobiliario para sus proyectos arquitectónicos. El diseño en España no se entendería sin la efervescencia que emergió en nuestra ciudad. 

TMDC es una pieza clave en esta herencia. Al igual que las escuelas de diseño y las asociaciones que impulsan la creatividad local, TMDC sostiene el ecosistema que define a Barcelona como un referente mundial del diseño.

Salvar TMDC no es solo salvar un espacio físico; es proteger la esencia de la colaboración, la innovación y la identidad creativa de nuestra ciudad. Significa garantizar que el diseño de proximidad siga floreciendo, que los jóvenes creadores tengan un lugar donde crecer y que las generaciones futuras puedan continuar construyendo una Barcelona que inspira e innova. Salvar TMDC es salvar el diseño barcelonés.

El futuro de TMDC no está solo en manos de quienes lo integran, sino también en las de una ciudad que debe decidir si quiere priorizar la innovación y la cultura. Es momento de que Barcelona defienda su historia y apueste por mantener viva la chispa creativa que siempre la ha definido.


Autora invitada de Elástica Magazine – Ariadna Rousaud

Elástica magazine es una revista digital independiente sobre diseño, interiorismo y arquitectura.
Su misión es difundir la cultura del diseño.

Taller TMDC